Dijeron que era un castigo esta emboscada, que una vez rompí el espejo de alguien y ahora me tocaba limpiar los cristales o eso decía una de las fotos.
Recuerdo haber visto un sofá, una tele ochentera y muchas imagines de sus recuerdos, pensé que sería divertido acomodarme en esta espaciosa habitación ya que iba a estar por mucho tiempo allí.
Me enganché a un canal, típico, quieres alejarte de tu situación e introducirte en una un poco mas placentera pero luego recuerdas que estas en una mentira donde los te quiero atropellan a cualquier peatón que esté en mal lugar. Apagué la tele y me quedé recostada en el sofá, se notaba un frío aterrador en ese sitio, podía imnotizarme la presencia de su alma. Un día como otro cualquiera empece a escuchar algo, como llovía o como el lloraba, me dio lastima no poder abrazarlo desde fuera pero lo hice desde dentro, abracé sus paredes y algo empezó a sonar después de años sin oír ningún tipo de sonido. Diría yo que era un mecanismo de relojería, los engranajes volvieron a rodar y Jim Morrison empezó a tocar.
Definitivamente esto era el final, iba a ser libre, iba a poder volar por el cielo de su boca y volver a tartamudear en su espalda....
La puerta se abrió de repente, tirándome de ella hacia el exterior.
Mostrándome todo lo que me había perdido durante todos estos meses.....el amor que sentía hacia las demás flores y lo sola que me había dejado en su jardín de premios. Mi corazón volcó convirtiéndome en un huracán de tonalidades griasaceas, burlándose de mis sentimientos y mis lagrimas. Mi castigo no era haber estado en su habitación, mi castigo era ver todo lo que nunca me había querido.
Y me desmayé, pero caí en brazos de alguien que me resultaban familiares, alguien que había estado en mi propia habitación haciendo exactamente lo mismo que yo había hecho.
Era cálido, amistoso, la paz que anhelaba tanto mi guerra, la voz que tanto necesitaban mis gritos, el suelo que tanto pedía la lluvia, el sol que tanto adoraba la luna.
Después de tiempo yo volví a ver a aquel chico que había conocido en el metro, que tenía el pelo gris y los ojos negros.
Era todo tan diferente que mis pensamientos no se lo creían, él seguía igual, idéntico. Era yo la que no tenía ninguna palabra de el, en mi.
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